FAB 2025

Efecto FAB

Editorial | FAB 13 El audiovisual: un territorio en disputa

  • 2 octubre, 2025

Por Ulises Rodríguez

Trece años no es un número cualquiera en la vida de un festival. Trece años es una generación entera que aprendió a mirar el mundo a través de una pantalla encendida en la Patagonia. En ese tiempo, Bariloche no sólo alojó películas: se reconoció en ellas, se espejó, se discutió a sí misma. Lo que empezó como un gesto casi obstinado -levantar un festival de cine en el extremo austral, lejos de los grandes centros urbanos- se convirtió en una costumbre, en una cita que cada primavera devuelve al sur su condición de faro cultural.

Un festival no es únicamente una programación de películas: es una comunidad en movimiento. El Festival Audiovisual Bariloche lo entendió desde el comienzo. A su alrededor crecieron públicos, generaciones de estudiantes, políticas de fomento que cimentaron la producción en Río Negro y en todo el país. Y también algo menos visible pero más profundo: la certeza de que el cine es una forma de conversación social, una conversación que empieza en la pantalla y se prolonga en talleres, charlas, rondas, discusiones en los pasillos, encuentros de estudiantes y de productores.

Este año, esa conversación se expande hacia toda América Latina. La apertura a las competencias de largometrajes y cortometrajes latinoamericanos confirma lo que en realidad ya sucedía de modo subterráneo: que Bariloche se piensa y se vive como un nodo continental. No hay fronteras en el lenguaje audiovisual, y las películas que llegan de México, de Brasil, de Chile o de Colombia se funden con las del sur argentino para contar un mismo territorio: el de la creación. La presencia de Brasil como país invitado acentúa esa vocación de puente. En un tiempo donde los países se encierran en sus urgencias, el FAB insiste en tender lazos, en recordar que el cine latinoamericano es, antes que nada, una comunidad de imaginarios compartidos.

El crecimiento del festival es también el crecimiento de una política cultural sostenida. La Ley de Cine de Río Negro, la Film Commission, el Cash Rebate, la Ley de Mecenazgo: todas son herramientas que permiten que el cine no sea un acontecimiento aislado, sino parte de un ecosistema. Por eso, cuando decimos que el FAB crece, hablamos de más de mil obras presentadas a la convocatoria, de secciones que se amplían, de un público que llena las salas, de un Mercado que ya en su segunda edición conecta proyectos locales con plataformas internacionales. Cada película proyectada es un fruto, pero también la semilla de nuevas conversaciones, de nuevas ideas que germinan en los márgenes del festival.

Trece años equivalen, en la vida de una ciudad, a la madurez de una memoria. Bariloche aprendió a mirarse en su festival. Aprendió que el turismo puede convivir con la cultura, que los lagos y montañas no sólo atraen visitantes sino que también son paisajes de rodaje, territorios de creación. Aprendió que un festival no se sostiene sólo con pantallas: se sostiene con comunidad, con estudiantes que viajan desde todo el país, con directores que regresan cada año, con productores que apuestan a encontrarse en este extremo del mapa.

El FAB es, en ese sentido, un faro para la región. No sólo ilumina las obras que programa, sino que orienta a las generaciones que vienen. El Encuentro de Estudiantes, que nació como un espacio local y hoy se abre a todo el país, lo demuestra con claridad: cada primavera, Bariloche late al ritmo de un cine que se piensa en plural. Ese latido no se apaga cuando termina la proyección: queda vibrando en la memoria de quienes asistieron, en los vínculos que se construyen en el Mercado, en las rondas de conversación que parecen interminables.

Si algo define a este festival, es su negativa a congelarse en un molde. Aun en tiempos difíciles, el FAB se renueva. Lo que nació como un certamen regional se transformó en un espacio latinoamericano, abierto a voces diversas y a lenguajes en constante mutación: documentales que exploran la realidad, ficciones que inventan mundos, videoclips y videodanzas que desafían las formas narrativas tradicionales. El festival crece porque el cine crece, y porque quienes lo organizan saben escuchar a ese cine y abrirle caminos.

En la Patagonia, donde los vientos son intensos y el frío suele persistir incluso en primavera, el FAB ofrece un refugio cálido: una sala encendida, una conversación abierta, una comunidad reunida alrededor de las imágenes. Trece años después, lo que comenzó como una apuesta casi quijotesca se ha vuelto una tradición insoslayable. Y, más que eso, una promesa de futuro.

El futuro del FAB no está escrito en las grillas de programación, sino en la memoria de quienes pasan por sus salas. Cada espectador que descubre una película, cada estudiante que encuentra un maestro, cada director que se cruza con un productor en una ronda de vinculación, prolonga la historia del festival. Por eso, más que un evento, el FAB es un territorio: un territorio de conversación, de memoria y de porvenir.

En su 13ª edición, el Festival Audiovisual Bariloche confirma que el cine, aún en un rincón del mapa, puede ser universal. Que las pantallas no son sólo espejos, sino también ventanas. Y que un festival, cuando es auténtico, se convierte en algo más que un calendario de películas: se convierte en una brújula, en un faro que orienta hacia dónde vamos como comunidad, como región, como continente.

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