
Por Anajulia Lede
Una rotonda perdida por el barrio Rancho Grande. El gps marca la llegada a destino y un espacio libre nos invita a estacionar. Llegamos a la casa de Lucas, un integrante del taller de cine comunitario.
Un mate va circulando, Marion y Ariel, coordinadores del taller, dialogan con el grupo, sobre la jornada que se viene.
La grupalidad se demuestra muy motivada por la elección de lo que van a trabajar para contar. Mientras nos vamos conociendo, voy escuchando sus voces. Voces que cuando se acabe el termo, iniciarán la jornada de grabación de texto, interpretando voces oscuras y siniestras, voces que susurran y cuentan, que juegan a transformarse para decir eso, que en la vida se vive, y en una posible consciencia colectiva, la pantalla nos recuerda.
El taller brinda un espacio lleno de posibilidades para elegir qué contar y cómo hacerlo, acompañados por dos profesionales que brindan las herramientas necesarias para lograr el objetivo. La temática del corto elegida es por parte de las y los integrantes. En esta oportunidad, el grupo de los viernes, elige un tema que atraviesa la Patagonia entera, en su pasado, en su presente y en su futuro: el fuego.
Mientras estamos en el hall de la entrada, Zoe, una de las integrantes del taller, nos cuenta: ¨el objetivo del video, un poco es concientizar el uso del fuego, de los incendios¨, mientras Lucas, otro compañero agrega ¨Un corto de terror experimental, basado en el fuego, como entidad.¨
El termo se acaba y la acción comienza. Ingresamos a la casa de Lucas. Un amplio living con piso de madera aloja la creatividad grupal hacia un viaje de grabación. Una alfombra enorme acostada en el living, ayuda acustizar cada sonido de prueba. Mientras los talleristas indican información técnica de cada elemento, comienzan a desmontar los equipos. El aprendizaje se pasa por el cuerpo. Cada movimiento es anunciado y compartido. Un trípode, un micrófono, una grabadora, cables y accesorios. Desde afuera todo parece claro y simple. Luego de algunas pruebas, sucede la división de roles. Y en menos de quince minutos, Florencia, a cargo de las primeras tomas, anuncia al equipo: ¨¡GRABANDO!¨.
Voz 1 ¨… gracias a mi dejaron de ser unos inútiles. Desde que aprendieron a usar la primer chispa, no pararon de utilizarme para su beneficio. Gracias a que existo, construyeron fábricas para alimentarse y hacer armas…¨
Son las 18hs de un viernes pre primaveral. Bariloche se prepara para el momento semanal creativo. Mientras los subsidios se extinguen y las políticas públicas abandonan la cultura y la naturaleza, en Rancho Grande, se prende una cámara y una grabadora. Un acto más de resistencia. El taller de cine comunitario no es un lujo, es un refugio donde la memoria y la conciencia se preservan en formato digital. Ojalá podamos tener muchas más tardes como estas, porque en tiempos de incendios reales e ideológicos, crear juntos es, más que nunca, una forma de combatir el fuego con la única agua que puede apagarlo: la comunidad organizada.
Este taller, libre y gratuito, es parte de la sección de formación que otorga el programa del Festival Audiovisual Bariloche. Su duración es de aproximadamente tres meses y culmina con la proyección en sala. La presentación de las piezas se hará durante la semana del FAB y se espera, como cada año, a sala llena.